Evaluar en el aula de lengua
Desde enfoques comunicativos y nocio-funcionales y desde los supuestos de
la teoría de la recepción, la evaluación en el área de lengua consiste en el
seguimiento de procesos de aprendizaje lingüístico-comunicativo y en la
observación del proceso de integración constructivista de los saberes
pertinentes para alcanzar un óptimo uso, manifiesto en la producción, en la
recepción y en la interacción lingüísticas. Evaluar en el aula de lengua -el
aula es un espacio de interacción comunicativa- implica superponer aspectos de
interacción lingüística y pedagógica. Es decir, el rasgo genérico de la
evaluación en nuestra materia radica en la observación de dos procesos
interactivos y comunicativos superpuestos (el lingüístico y el pedagógico), que
justamente se manifiestan en las actuaciones lingüísticas que se estimulan y se
desarrollan en el aula. Es importante, aunque no fácil, enmarcar la evaluación
de una actuación lingüística en una situación comunicativa real, para
apreciar la validez de los actos de recepción/producción en su funcionalidad
pragmática; de lo contrario, evaluar el potencial alarde de dominio lingüístico
servirá de poco, si no es posible constatar que se trata de saberes
susceptibles de adecuación a las diversas intencionalidades y efectos
comunicativos.
Como señala Morrow (1979), la producción lingüística es,
por su propia naturaleza, un fenómeno integrado, y cualquier intento de aislar
y evaluar elementos discretos de él destruye su holismo esencial. Si el
propósito es medir hasta qué punto un candidato es capaz de usar la lengua con
fines comunicativos en sentido general, entonces parece incuestionable que un
test de actuación que mida la conducta lingüística del alumno en su totalidad
como actividad comunicativa es necesario, «ya que parece imposible derivar
datos rigurosos sobre la actuación lingüística comunicativa, utilizando pruebas
donde se evalúa de forma aislada los componentes del discurso en términos de
estructuras, léxico o funciones» (vid. M. Valcárcel y M. Verdú, 1994:102).
Inicialmente, resulta obvio que evaluar en el aula de lengua no es
sólo valorar diversos tipos de producciones lingüísticas, sino también apreciar
el potencial dominio de conocimientos, habilidades y estrategias mostradas en
la global interacción comunicativa (Mendoza et
al., 1996:398-405). Para ello resulta necesario matizar con qué criterios
(referidos a la adecuación, la coherencia, el registro, etc.) han de ser
valoradas las producciones interactivas, porque son muchos los casos en los que
la autenticidad de los procesos comunicativos desarrollados en el aula,
con referencia a unos contenidos de aprendizaje, dejan puntos ambiguos sobre su
adecuación y validez para ser evaluados como una auténtica interacción
comunicativa. A ello se añade la delicada cuestión de atender a la
dificultad de valorar las modalidades de uso surgidas de actuaciones
impredecibles, motivadas por la espontaneidad propia de situaciones vivas y
contextualizadas (hecho que no escapó a la revisión crítica de J.B. Carroll,
1980 y 1985) y que acaban siendo valoradas desde cierta asistemática subjetividad
de criterios personales del evaluador.
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